Por: Carla Huidobro

Estoy cansada.

No de amar,
sino de sostener.

De ser la que escucha,
la que abraza,
la que pregunta “¿cómo estás?”
aunque por dentro se esté cayendo.

Ser la que contiene.

La que da palabras cuando el otro no tiene.

La que recibe lágrimas en el regazo
mientras aprieta los dientes
para que no se noten las suyas.

No es que no quiera.

Es que a veces ya no puedo.

Porque los dolores de los otros
también me atraviesan.

Porque no tengo impermeables.

Porque se me quedan pegadas sus angustias
como polvo en la ropa.

Y aún así sonrío.

Aún así contesto mensajes a medianoche.

Aún así escribo palabras de consuelo
con la voz temblando.

¿Quién consuela a quien consuela?

¿Quién le pregunta a la guía
si sabe a dónde va?

¿Quién sostiene a la que sostiene?

Nadie.

O casi nadie.

Pero no importa.

No estoy aquí por gloria.

Estoy porque no sé ser de otra forma.

Porque me duele el mundo
y me duele no hacer nada.

Porque aunque esté rota,

tengo espacio para que alguien más
no se quiebre del todo.

Anterior
Anterior

No sé hacer dinero, sé hacer sentido

Siguiente
Siguiente

Publicar o morir (y morirte publicando)