Te amé como se ama lo prohibido, con el hambre de quien conoce la sed y la urgencia de quien ya no teme arder.
Por: Carla Huidobro
Fuiste fuego en mis manos, incendio en mi pecho, un relámpago que me partió en dos.
Te amé en las sombras de cada madrugada, en los silencios que gritaban lo que nunca nos atrevimos a decir. Te amé en la manera en que nuestras miradas se buscaban antes de que nuestros cuerpos lo hicieran, en el temblor de mis labios antes de que los tuyos los reclamaran.
Tu piel fue un mapa que aprendí de memoria, tus manos la única brújula que me hizo perderme sin miedo. Fuimos un huracán sin dirección, un caos hermoso hecho de suspiros entrecortados y promesas que nunca supimos cumplir.
Te amé con la certeza de quien se lanza al vacío, sabiendo que la caída es inevitable, que no hay red, que el suelo dolerá cuando llegue. Y dolió. Porque después del fuego solo queda el humo, después del deseo solo queda la ausencia.
Y, sin embargo, si volvieras ahora, si tu voz rompiera el aire con mi nombre, si tus manos buscaran las mías en la penumbra de otra madrugada, yo… Yo volvería a quemarme.