Sobre el amor
Por: Carla Huidobro
El amor es un perro herido que nunca se queda.
El amor es un perro callejero que se va con cualquiera.
Le silban y mueve la cola. Le dan un poco de pan y se queda un rato.
Le acarician la cabeza y ya cree que tiene dueño.
Pero nadie lo recoge. Nadie lo lleva a casa.
El amor es un animal herido que no se deja atrapar.
Tú le das la mano y te muerde,
tú le das tu sangre y la derrama en el suelo,
tú le das tu alma y se la lleva la noche.
Y yo, yo no soy cualquiera.
No soy pan rancio en la mesa de un mendigo,
no soy un sitio donde descansar antes de seguir caminando.
Soy luz.
Soy el fuego que no se apaga,
el fulgor que atraviesa la piel,
la certeza de la eternidad.
Me dicen: “Es que eres mucho.”
No.
Es que ellos son nada.
Es que no saben lo que es mirar de frente al sol
sin cerrar los ojos,
sin temblar.
¿Por qué, si les di mi ternura como quien alimenta a un niño hambriento,
si les di mis manos llenas de sol, de viento, de palabras suaves como una plegaria,
si les di mi risa y mi miedo,
se fueron?
Porque nunca estuvieron.
Porque nunca fueron más que sombras.
Y yo,
yo que no sé amar con cautela,
que me abro el pecho sin preguntar si alguien quiere ver la sangre que hay dentro,
que me rompo en pedazos diminutos para llenar los huecos de los otros,
yo, que me quedo,
que espero,
que siempre espero…
No por ellos.
Ellos solo fueron fantasmas tocando a mi puerta.
Yo era la eternidad, y ellos no supieron sostenerla.
Pero un día entiendes.
Que no naciste para ser fácil de amar.
Que no eres una casa con luces encendidas esperando a quien quiera entrar.
Que no eres una tregua, ni un descanso, ni un puerto seguro.
Eres el sol que quema la piel de quienes solo querían sombra.
Eres la hoguera donde los cobardes se calientan las manos antes de huir.
Eres la luz absoluta,
la llama que los consume.
Y quien quiera quedarse,
tendrá que aprender a arder.