Me dijeron que tengo carácter, como si me hubieran cincelado a golpes, como si cada día de mi vida fuera un martillazo sobre el pecho
Por: Carla Huidobro
Me dijeron que tengo carácter, como si me hubieran cincelado a golpes, como si cada día de mi vida fuera un martillazo sobre el pecho.
Me dijeron que soy una mujer formada, ¿por qué? ¿Por las veces que me rompí y seguí andando? ¿Por la rabia que no tragué? ¿Por las ganas que no pedí permiso para tener?
Me dijeron que ya desde niña se me veía la sombra del futuro en los ojos. No sé qué significa eso, no sé si era la manera en que miraba el mundo o si ya llevaba adentro esta terquedad de no saber callarme la vida.
Me dijeron que soy una mujer bien definida. Como si eso fuera fácil. Como si no hubiera tenido que pelear conmigo misma cien veces al día, como si no me hubiera sacado del lodo con mis propias manos.
Tengo carácter, dicen. Tal vez solo tengo historia. Tal vez solo tengo las marcas de los días que no pudieron conmigo.
Y tal vez eso es todo. No un adjetivo. No una etiqueta. Solo la certeza de que aquí estoy, con todo lo que soy, sin pedir disculpas.
Me dijeron que tengo carácter. Que estoy hecha, que la vida me formó, como si uno fuera pan en el horno, como si la vida supiera lo que hace cuando mete las manos en el barro y aprieta hasta que duela.
Me dijeron que ya desde niña se me notaba, que traía en los ojos la rabia de los años, que caminaba como si supiera los golpes que me esperaban en la vuelta de la esquina.
Y qué quieren que les diga. A lo mejor carácter es solo otro nombre para todas las veces que no me caí, para todos los días en que quise mandar todo al carajo pero seguí respirando.
A lo mejor es nada más el peso de la historia en los hombros, el cansancio de haber peleado hasta con mi propia sombra.
Tengo carácter, dicen. Yo digo que tengo cicatrices, que tengo miedo y lo disimulo, que tengo palabras que me sostienen cuando las piernas me tiemblan.
Que tengo amor también, pero lo muerdo antes de que me muerda a mí.
Y que si esto es carácter, entonces que me lo quiten, que me lo dejen en la puerta, que me devuelvan la dulzura que no tuve cuando la vida se puso seria.
Pero no pueden. Y yo tampoco.
Así que sigo caminando con mi carácter a cuestas, como quien lleva un abrigo que ya le pesa demasiado, pero que no se atreve a dejar tirado en la calle.