Por: Carla Huidobro

El miedo me ha llamado tantas veces

que ya no sé si es su voz o la mía.

Golpea la puerta como un cobrador de deudas,

como un perro hambriento,

como un amante borracho que no sabe largarse.

 

El miedo sabe mi horario,

sabe a qué horas me quedo quieta,

sabe cuándo cierro los ojos

y cuándo dudo.

Sabe que voy a abrirle,

que siempre lo hago,

que me quedo quieta

mientras me respira en la nuca.

 

El miedo es un hombre sin rostro,

es la mano que aprieta la rodilla bajo la mesa,

el aliento en la oreja en el metro,

el eco de un “pero si ni siquiera te toqué”.

 

Pero esta vez no.

 

Esta vez me pongo de pie.

Esta vez cierro la boca.

Esta vez la única que respira soy yo.

 

Y el miedo gruñe,

y el miedo chilla,

y el miedo se arrastra.

 

Pero yo ya no.

Yo me voy.

Y el miedo se queda ahí,

con la boca llena de mi nombre,

sin saber qué carajos hacer con él.Por: Carla Huidobro

 

El miedo me ha llamado tantas veces

que ya no sé si es su voz o la mía.

Golpea la puerta como un cobrador de deudas,

como un perro hambriento,

como un amante borracho que no sabe largarse.

 

El miedo sabe mi horario,

sabe a qué horas me quedo quieta,

sabe cuándo cierro los ojos

y cuándo dudo.

Sabe que voy a abrirle,

que siempre lo hago,

que me quedo quieta

mientras me respira en la nuca.

 

El miedo es un hombre sin rostro,

es la mano que aprieta la rodilla bajo la mesa,

el aliento en la oreja en el metro,

el eco de un “pero si ni siquiera te toqué”.

 

Pero esta vez no.

 

Esta vez me pongo de pie.

Esta vez cierro la boca.

Esta vez la única que respira soy yo.

 

Y el miedo gruñe,

y el miedo chilla,

y el miedo se arrastra.

Pero yo ya no.

Yo me voy.

Y el miedo se queda ahí,

con la boca llena de mi nombre,

sin saber qué carajos hacer con él.

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Me dijeron que tengo carácter, como si me hubieran cincelado a golpes, como si cada día de mi vida fuera un martillazo sobre el pecho

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