La risa que ya no me nombra
Por: Carla Huidobro
No te fuiste.
Sigues ahí, pero ya no estás.
Respiras, caminas, dices mi nombre con la boca seca.
Pero la risa, esa sí se fue.
Se la llevó otro, se la llevó otra, se la llevó la vida, qué sé yo.
Solo sé que ahora la oigo de lejos, que me pasa por el lado como un perro callejero que ya no me reconoce.
Las oyes y se te clavan en la espalda como una flecha de hielo.
No porque sean falsas, sino porque ya no son tuyas.
Porque alguna vez fueron, porque alguna vez crecieron en tu boca,
porque alguna vez te envolvieron como un abrigo en invierno.
Pero un día, sin previo aviso, se mudan.
Se instalan en otra piel, en otra voz, en otra habitación donde no estás invitado.
Y qué carajo hago con este cuerpo que todavía te espera.
Qué hago con esta casa donde la risa era nuestra y ahora es ajena.
Qué hago con los espejos que me repiten la misma burla.
Y entonces entiendes.
Que el amor no se va con portazos ni despedidas teatrales.
No se rompe con gritos ni se apaga en la mitad de una discusión.
El amor se va en los detalles.
En la forma en que te mira sin verte.
En el peso de un comentario que antes hubiera sido un chiste y ahora es una piedra en la boca.
Se va en una risa.
No me amas.
No porque me lo digas, no porque lo escribas, no porque cierres la puerta con cuidado.
No me amas porque ríes.
Porque ríes sin mí.
Porque ríes con otra voz, con otra
sombra, con otra luz que no es la mía.