Por: Carla Huidobro

Preguntas la hora y te cuentan la historia del reloj,
preguntas el nombre y te regalan un árbol genealógico,
preguntas por el pan y te explican el trigo,
suavemente, con el tono de quien cree que ilumina.

La gente no responde,
desemboca,
fluye como un río que no cabe en su cauce
y se derrama sobre tu paciencia.

No es que quieran engañarte,
es que les pesa el silencio,
les asusta la brevedad,
y necesitan estirarlo todo,
envolverte en palabras como quien arropa a un niño.

Algunos creen que el contexto es indispensable,
otros sienten que demostrar cuánto saben les da valor,
hay quienes no saben resumir
o simplemente disfrutan escucharse hablar.

Tú solo querías un sí,
un no,
un número exacto,
pero te dejan con un relato de tres actos,
con una enciclopedia donde debía ir una línea.

Si quieres respuestas directas,
prueba con preguntas afiladas,
"Sí o no",
"Dime un número",
"Responde en una frase".

A veces funciona,
a veces no.

Y así es la vida,
una pregunta que nunca recibe
la respuesta que esperaba.

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