Por: Carla Huidobro

No es el lunes.
No es el reloj.
Es la forma en que el alma se pone el saco ajeno
y camina con los hombros encogidos
por no saber si lo que duele es la fecha
o el amor con que dijiste que sí.
Uno cree que puede.
Uno se sienta con la espalda recta
como si el método
se dejara domar con los dientes.
Pero no.
Hay preguntas que no caben en el alfa,
y respuestas que no aparecen
ni con el omega en la mano.
Tú las buscas,
en la rendija entre la exigencia y la ternura,
y a veces lloras —pero solo adentro—
para no retrasarte más.
El amor se parece a eso.
Al deseo de cumplir sin ser pedida,
al miedo de no estar a la altura
de quien nunca te exigió
pero tú la escuchaste como si sí.
(y eso, carajo,
eso también agota).
Entregas tarde dos días
y sientes que rompiste el universo.
Pero nadie te dijo que eras un reloj.
Eres una grieta,
y por ti se cuela la luz
de lo que no cabe en el Excel.
Así que deja.
Deja que duela,
deja que el miércoles
también tenga derecho a ser una victoria.
Porque esto que haces,
aunque lo llamen pilotaje,
es también una forma de rezar.

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