Por: Carla Huidobro

     ¿Por qué lo primero que preguntan es dónde trabajas? Antes del saludo, antes de un ¿cómo estás?, antes de cualquier atisbo de humanidad. Como si eso definiera quién eres, como si el único valor de una persona fuera la empresa que la consume.

     La pregunta no es inocente. Es un escaneo rápido, una forma de ubicarte en una jerarquía invisible: ¿Eres alguien importante? ¿Eres alguien digno de atención? ¿O eres alguien a quien puedo olvidar en cinco minutos?

     Porque la respuesta importa. Importa si suena bien, si es lo suficientemente concreta, si encaja en los parámetros de éxito que esta sociedad entiende. Y si no la tienes, si te atreves a decir “en este momento no estoy en ninguna empresa” o “estoy escribiendo un libro”, los ojos se nublan, la conversación se vuelve incómoda. Porque nadie sabe qué hacer con alguien que no puede definirse en términos de productividad inmediata.

     Nos han enseñado que existir es justificar nuestra utilidad. Que si no puedes explicarle a otro exactamente dónde y para quién trabajas, entonces no eres nada. Pero, ¿qué pasaría si la pregunta fuera otra? Si en lugar de ¿dónde trabajas? preguntaran ¿qué te hace feliz? o ¿qué estás creando? o incluso ¿cómo te sientes? Qué pregunta más absurda, qué pérdida de tiempo. Porque eso no se puede capitalizar, no se puede medir, no se puede convertir en un título en LinkedIn. Pero es ahí donde está la verdadera trampa.

     Nos han convencido de que solo valemos si producimos. Que el tiempo libre es sospechoso, que la contemplación es inútil, que si no puedes decir con orgullo en qué gastas tus días, entonces algo está mal contigo. Porque alguien que se define más allá del trabajo es peligroso. Alguien que no se aferra a una empresa para justificar su existencia es alguien que empieza a cuestionar. Y esta sociedad no sabe qué hacer con quienes no pueden ser clasificados en una casilla laboral.

     Pero no somos un puesto. No somos un salario. No somos un nombre en un gafete. Somos lo que creamos, lo que soñamos, lo que nos desvela en la madrugada. Y el día que dejemos de medirnos en términos de producción, tal vez, por fin, podamos empezar a ser.

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