Mentira y seducción: la romantización del abuso en la academia

Por: Carla Huidobro

  Nos hicieron creer que era amor. Que era un idilio entre mentes brillantes, que la diferencia de edad y poder se desvanecía en la intensidad del intelecto compartido. Nos repitieron la historia una y otra vez: la alumna joven y excepcional, el profesor mayor y brillante, el encuentro inevitable entre dos almas que se entienden por encima del resto. Nunca lo contaron como lo que era: abuso disfrazado de romanticismo, manipulación disfrazada de

  La academia es experta en darle belleza a la desigualdad. No importa cuántas veces se repita el mismo patrón, siempre encuentra una forma de enmarcarlo en la narrativa del deseo. El profesor no es un depredador, es un hombre fascinante e inaccesible que solo se deja conmover por una joven distinta a las demás. La alumna no es vulnerable, es “excepcional”, “lo suficientemente madura”, “una igual”. Así es como nos enseñaron a no ver el abuso.

  Nos lo mostraron en los libros, en las películas, en los pasillos de las universidades. Nos convencieron de que la admiración era amor, de que el poder no pesaba, de que el conocimiento justificaba el deseo. Nos hicieron creer que los hombres que moldeaban el pensamiento también tenían derecho a moldear cuerpos, que ser elegida por un profesor era un privilegio y no un acto de dominación.

  Pero, ¿y si lo miramos sin el velo de la literatura? ¿Sin la cortesía de la academia? ¿Qué queda cuando se le arranca la poesía a la historia?

  Queda un hombre con poder y una mujer sin él. Un hombre que puede decidir el futuro de su alumna con una sola palabra. Un hombre que la elige porque aún puede moldearla, porque aún no sabe defenderse. Un hombre que no la ve como su igual, sino como una prueba de su propia influencia.

  Y una mujer que confunde el abuso con una oportunidad. Una mujer que no sabe que, cuando él se canse, ella será la única en pagar el precio.

  Porque eso es lo que siempre pasa. Él sigue intacto, protegido por su prestigio, por sus colegas, por la estructura misma que lo rodea. Ella, en cambio, se vuelve un susurro incómodo. Una exalumna que “exageró”, que “malinterpretó”, que “sabía en lo que se metía”. Si habla, se convierte en el problema. Si calla, desaparece. Y la historia comienza de nuevo, con otro nombre, con otra alumna, con el mismo final.

  No es amor. No es destino. No es una historia de almas que se encuentran en el aula. Es poder. Es control. Es el mismo abuso de siempre, envuelto en la arrogancia de la academia y la complicidad de la cultura que lo permite.

  Y si seguimos llamándolo romance, seguiremos perpetuando la mentira.

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