A la que fui
Por: Carla Huidobro
Te miro.
No como quien ve una foto vieja,
sino como quien encuentra una versión de sí misma
que aún respira en algún rincón del tiempo.
Te veo sonriendo,
cargando más peso del que aparentas,
convencida de que entenderlo todo
te salvaría de sentirlo todo.
Pensabas que podías diseccionar la vida,
doblarla, traducirla,
convertirla en algo menos caótico
solo porque sabías nombrarla.
Pero no,
la vida nunca se dejó entender del todo.
Siempre te ganó,
siempre fue más grande que tus palabras.
A veces quisiera decirte que pares,
que dejes de buscar respuestas
en libros, en miradas ajenas,
en las paredes de los lugares que habitas
como si estuvieras de paso en tu propia historia.
Pero sé que no me harías caso.
Porque la vida aún no te ha enseñado
lo que ahora sé:
que hay cosas que no se entienden,
solo se sienten.
Sigues aquí,
en el café que todavía sostengo,
en las palabras que aún no escribo,
en los días en los que todo lo que fuiste
se asoma como un fantasma
y me recuerda que no soy nada sin ti.
Si pudiera hablarte,
si pudiera tocarte el rostro y sostenerte la mirada
sin que te escondas detrás de la risa,
te diría:
no trates de explicarlo todo.
La vida no necesita que la entiendas,
sólo que la vivas.