La riqueza de apostar por ti misma
Por: Carla Huidobro
Apostar por ti es como meterte en un juego donde nadie más cree que ganarás. Es un acto terco, una necedad de amor propio, como esas cartas que se mandan los enamorados aunque sepan que el otro nunca responderá. Pero lo haces, te apuestas a ti misma, con los ojos cerrados y el corazón apretado, porque de alguna forma sabes que si no lo haces tú, nadie más lo hará.
Te arrancas los miedos como si fueran raíces viejas, te levantas con los bolsillos rotos y los sueños mal remendados, pero sigues. Inviertes en ti como quien echa semillas en la tierra sin saber si va a llover o si todo se lo llevará el viento. Y sí, a veces duele, a veces te preguntas si vale la pena tanto desgaste, tanto vaciarte para intentar llenarte.
Pero un día, sin que te des cuenta, todo empieza a tomar forma. Ya no tiemblan tanto tus cimientos, ya no te pesan tanto los días. Y entiendes que la riqueza no es el oro ni las cuentas llenas, sino esa luz que se te prende en el pecho cuando sabes que estás donde debes estar. Es el alivio de mirarte al espejo y ver a alguien que, aunque cansado, sigue de pie.
Habrá noches en las que el cansancio te muerda los talones, en las que te darán ganas de soltarlo todo y volver a lo fácil, a lo cómodo. Pero algo en ti se negará. Porque ahora sabes que no puedes volver a ser menos de lo que has construido. Porque ahora entiendes que el esfuerzo no es pérdida, sino siembra.
Y un día, cuando mires atrás, cuando midas todo lo que has crecido, te darás cuenta de que nunca estuviste en bancarrota. Que cada apuesta, cada sacrificio, cada paso torpe era parte del camino. Que no te vaciaste: te llenaste. Y eso, carajo, eso sí que vale la pena.