El arte de acompañar en un mundo imperfecto

Por: Carla Huidobro

    Mientras más crecemos, más evidente se vuelve una verdad incómoda: ninguno de nosotros es fácil de acompañar. Todos llevamos a cuestas nuestras propias cargas, esas que a veces son tan evidentes como una cicatriz y otras tan invisibles como un susurro en medio de la multitud. Ansiedades que nos paralizan, miedos que no sabemos cómo nombrar, inseguridades que se alojan en lo más profundo de nuestro ser y traumas que, aunque relegados al pasado, encuentran formas de manifestarse en el presente. Todo esto nos acompaña, nos construye, nos define.

    El proceso de convertirnos en quienes somos está lejos de ser ordenado. Es un recorrido caótico, lleno de tropiezos, bifurcaciones y momentos en los que todo parece perder sentido. Crecer no es una línea recta, ni un destino final; es un constante ensayo y error, un enfrentamiento con las partes de nosotros mismos que nos incomodan y que, muchas veces, preferiríamos ignorar. Y, sin embargo, es en ese caos donde se encuentran las lecciones más importantes, esas que nos enseñan a resistir, a adaptarnos, a ser.

    Nadie está exento de este caos interno. Incluso aquellos que parecen tenerlo todo bajo control, los que proyectan seguridad y confianza, también cargan con sus propios demonios. Porque, al final del día, ser humano significa estar en constante construcción, y esa construcción no siempre es bonita ni perfecta. A veces es dolorosa, llena de grietas, pero esas grietas son las que nos hacen reales, las que permiten que la luz entre.

    Acompañar a alguien en su proceso —y permitir que alguien te acompañe en el tuyo— es un acto de valentía. No es una tarea fácil. Acompañar no significa solucionar los problemas del otro ni cargar con sus pesos, sino caminar juntos, reconocer el caos mutuo y seguir adelante a pesar de él. Es aceptar que las relaciones, de cualquier tipo, no siempre serán ligeras ni cómodas, pero que en esa imperfección radica su profundidad. Es entender que ser compañía también implica momentos de incomodidad, de confrontación, pero también de aprendizaje y de crecimiento conjunto.

    En una época donde parece que todos buscamos lo fácil, lo inmediato, lo que no implique esfuerzo, quizá sea necesario recordar que lo realmente valioso no siempre es sencillo. Aceptar el caos de otros y permitir que acepten el nuestro no nos hace menos, nos hace humanos. Porque, al final, la vida no se trata de ser perfectos ni de caminar solos, sino de aprender a avanzar, imperfectos, juntos.

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