Por: Carla Huidobro

Dormir no es abandono.
No es negligencia.
No es perder el tiempo.

Dormir es decirle al mundo:
yo no voy a morir por cumplir tus fechas.
Es apagar la computadora
como quien lanza una barricada.
Es cerrar los ojos
cuando el deadline te grita
que el prestigio no duerme.

Pero yo sí.
Porque dormir es un acto radical
en una estructura que celebra el insomnio
como si fuera una medalla académica.

Dormir es escribirle un correo al cuerpo
y decirle:
te creo, te cuido, te devuelvo lo que te robé.

Es resistirse al culto del “yo puedo con todo”,
al mito del genio que no descansa,
al romanticismo del colapso.

Dormir es parar aunque el paper no esté terminado.
Es abrazar la almohada
aunque las métricas no abracen de vuelta.
Es mirarse al espejo
y decidir que el burnout
no será tu proyecto de tesis.

Porque descansar no es rendirse.
Es recordar
que sin ti
la investigación no avanza,
el aula no se llena,
la ciencia no respira.

Dormir es una decisión política.
Y hoy, con toda la dignidad del mundo,
me voy a la cama.

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