Por: Carla Huidobro

Para apropiarse de la realidad, son los más audaces. Para enfrentarla, son los primeros en correr. Juegan con la sangre como si fuera tinta para escribir su espectáculo, la moldean, la ponen a cantar, la disfrazan de arte. Y cuando alguien les dice: esto no es un homenaje, esto es oportunismo, se refugian en el silencio de la censura.

  Ahí está el equipo de Emilia Pérez, engalanando festivales con la tragedia ajena. No les tiembla la mano para arrancarle trozos a la narcoviolencia y convertirla en un musical. No les duele la piel al vestirse con el luto de otros. Pero cuando una creadora independiente los pone frente al espejo, cuando señala la falta de respeto, la falta de rigor, la falta de alma, entonces reaccionan con la delicadeza de los cobardes: censuran.

  No es un caso aislado. No es un error. Es un mecanismo bien aprendido. Una obra que se dice valiente no puede soportar una crítica sin aplaudirla. Y como no tienen palabras, usan el recurso de los poderosos: silenciar.

  Manual, premeditado, intencional. Copyright claims como trinchera. No fue un descuido del algoritmo, no fue un fallo del sistema. Fue un acto deliberado. Un monstruo millonario que sintió la necesidad de aplastar a una creadora independiente solo porque no les convenía lo que decía.

Si su película fuera realmente una obra maestra, no necesitarían censurar. Pero lo hicieron.

  Esto no es nuevo. No es el primer caso ni será el último. Usan los derechos de autor no para proteger su trabajo, sino para borrar lo que no les conviene.

  El equipo de Emilia Pérez sabía que el video de Danna Alquati caía bajo fair use, el derecho a analizar, criticar, comentar. Aun así, lo bloquearon. Primero reclamaron casi todo el video. Luego, con la astucia del tramposo, dejaron apenas 15 segundos marcados. Suficiente para frenar su alcance, para restarle fuerza, para convertir la crítica en un eco distante.

  Mientras Danna intentaba apelar, YouTube le dijo: espere 30 días hábiles. Para cuando el bloqueo desaparezca, el daño ya estará hecho. El análisis, enterrado. El debate, mutilado. La crítica, estrangulada.

No responden. No argumentan. No defienden su trabajo con palabras. Solo eliminan lo que les incomoda.

Hay algo hermoso en la hipocresía descarada.

  Cuando convierten la miseria ajena en musical, cuando visten de tragedia su espectáculo, cuando se felicitan entre ellos y reciben premios por su “valentía”, entonces son fuertes.

  Pero cuando alguien de verdad les dice lo que hicieron, cuando alguien de verdad les muestra el daño que están causando, cuando alguien de verdad se atreve a desnudar su oportunismo, ahí sí se esconden.

 

Son valientes para lucrar con la violencia.

Son valientes para vender la sangre de otros.

Son valientes para romantizar una crisis que no viven.

Pero no son valientes para escuchar.

Ahí se encogen. Ahí se borran. Ahí se ocultan tras un copyright claim.

No es solo Emilia Pérez. Es un patrón repetido hasta el cansancio.

Nos han robado las historias.

Nos han robado la voz.

Nos han convertido en entretenimiento.

Han vendido nuestra tragedia al mejor postor.

Y cuando intentamos recuperar lo que nos han arrebatado, nos silencian.

Lo han hecho antes. Lo harán otra vez.

Pero esta vez no nos vamos a callar.

Si su película es tan importante, que aguante la crítica.

Si es tan intocable, que enfrente el debate.

Pero no pueden.

Y ese silencio los delata.

Si creen que con esto nos van a callar, están muy equivocados

No es solo Danna Alquati. Es cada creador, periodista o espectador que se atreva a decir la verdad sobre Emilia Pérez.

No nos vamos a callar.

Cada intento de censura hará más ruido.

Cada golpe para silenciarnos resonará más fuerte.

No soportan que los enfrenten con la realidad.

No soportan que alguien los desnude ante el público.

No soportan que alguien rompa su discurso complaciente.

Danna Alquati no habla desde la comodidad de la distancia. Habla desde la herida. Se fue de su país, Venezuela, no porque quiso, sino porque tuvo que hacerlo. Porque allá la realidad no es un guion, no es un número musical, no es una historia que se pueda acomodar para hacerla más digerible.

  Se fue porque el hambre, la violencia, la censura y el miedo no son conceptos abstractos: son heridas abiertas, cicatrices en la piel de una nación.

El equipo de Emilia Pérez jamás tendrá la capacidad de entender eso.

Jamás sabrán lo que es abandonar tu hogar porque la vida se vuelve insoportable.

Jamás sentirán en la garganta el nudo de quien parte sin saber si algún día podrá volver.

Para ellos, el dolor es material de espectáculo.

Para ella, el dolor es historia, es vida, es memoria.

Por eso intentan silenciarla.

Porque ella sabe.

Porque ella lo ha vivido.

Porque su verdad pesa más que su ficción.

Busquen a Danna Alquati en todas sus redes, síganla, escúchenla, apóyenla.

Es un talento latinoamericano impresionante.

Una voz que no se quiebra.

Una creadora que no se deja doblegar.

Apoyémosla. Como latinoamericanos. Como quienes sabemos lo que significa ser silenciados.

No la dejemos caer.

No dejemos que se apague una verdad que nos pertenece a todos.

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