Aprender, aunque duela
Por: Carla Huidobro
Aprender algo nuevo es como enamorarse por primera vez: un salto al vacío, una incertidumbre que te muerde el orgullo y un desconcierto que te hace cuestionarlo todo. Duele, cansa, humilla. Y, sin embargo, ahí estamos: frente al libro que no entendemos, con la pluma que subraya las mismas líneas una y otra vez, con el cerebro latiendo al compás de un «no puedo más».
Dicen que aprender te hace más inteligente, pero la verdad es que primero te hace sentir torpe, como si tropezaras con las palabras, con las ideas, con la inmensidad de todo lo que no sabes. Es un viaje incómodo, como usar zapatos nuevos que te rozan hasta que se adaptan a ti, o tú a ellos. Pero en ese roce, en ese dolor discreto, es donde está el verdadero cambio.
Porque aprender no es solo acumular palabras bonitas, fórmulas complejas o datos de relleno. Aprender es romperte por dentro, desarmarte pieza por pieza para reconstruirte. Es aceptar que no lo sabes todo, que nunca lo sabrás, y aun así insistir, empujar, avanzar. Es rebelarte contra el vacío de la ignorancia y llenarlo con preguntas, no siempre con respuestas.
Tal vez por eso aprender tiene algo de poesía. Porque como en los versos, en cada concepto nuevo hay un desgarro, una búsqueda, una revelación. Y es que no hay nada más poético que la mente abriéndose paso a sí misma, cuestionándose, fallando, intentando otra vez. Es la fragilidad de quien se sabe pequeño frente al mundo, pero insiste en crecer.
Así que, sí, aprender es incómodo. Pero también es hermoso. Es como el amor que duele al principio, pero que, al final, te deja lleno, completo, vivo. Y si alguna vez, en medio de tus apuntes y tus dudas, sientes que no puedes más, recuerda esto: no estás siendo tonto, estás siendo valiente. Estás rompiendo tus propios límites, y eso, querido lector, es el acto más humano que existe.