¿Y si escribir fuera nuestra única forma de entender el mundo?

Basado en: Ramírez, N. B., Ruiz Cansino, M. L., Anaya Campos, C., Borrego Gómez, D. D., & Garza Vázquez, L. H. (2024). Creative Writing: Story-Based Learning in Public and Private High School for Exploration of Written Text. Education Sciences, 14(1392). https://doi.org/10.3390/educsci14121392

Por : Carla Huidobro

Te piden una redacción.
No tiene que ser perfecta, solo “cumplir con los criterios”.
Pero el lápiz tiembla.
No sabes por dónde empezar, solo que tienes algo que decir.
Y entonces escribes. No como quien cumple con un deber, sino como quien busca sentido.

Narrar no es solo una actividad escolar. Es una necesidad.

Este estudio, realizado por Nali Borrego Ramírez, Marcia Ruiz Cansino y Luis Humberto Garza Vázquez, quiso observar lo que pocas veces se mira: cómo escriben niñas y niños de secundaria cuando se les permite contar historias propias. Analizaron relatos producidos en dos escuelas de Tamaulipas —una pública y una privada— para ver qué ocurre cuando se activa la imaginación desde la emoción.
El hallazgo es contundente: cuando hay vínculo afectivo, la escritura deja de ser tarea y se vuelve expresión. Cuando se narra desde adentro, incluso sin ortografía perfecta, aparece algo más importante que el cumplimiento escolar: aparece una voz.

Escribir con intención narrativa despierta estructuras mentales profundas

El análisis se hizo con base en el SISAT, un instrumento oficial para evaluar comprensión lectora y producción escrita. Pero aquí se aplicó no para calificar, sino para explorar. Se observaron seis dimensiones: legibilidad, propósito comunicativo, relación entre palabras, vocabulario, puntuación y ortografía.

Las cifras revelan un patrón interesante: aunque muchas y muchos estudiantes no alcanzan el nivel “esperado” en aspectos técnicos, sí muestran claridad narrativa, vocabulario diverso y uso espontáneo de estructuras complejas.

La mayoría se encuentra en el nivel “en desarrollo”.
Eso no significa fracaso. Significa potencia.

Cuando escriben sobre sus abuelas, sobre fantasmas, sobre gatos que vuelan o días tristes, están haciendo más que ejercicios de redacción: están pensando el mundo desde su subjetividad.

La creatividad no es un lujo. Es un derecho pedagógico

El estudio señala que los relatos no solo contienen fantasía, sino también trauma, memoria, deseo, miedo, esperanza. Hay cuentos sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre violencia doméstica, sobre fútbol, sobre amistad, sobre animales que hablan. Son espejos simbólicos que muestran cómo entienden el mundo quienes rara vez tienen permiso de interpretarlo.

No se trata de que todos escriban bien según la RAE. Se trata de que puedan escribir con sentido. De que no tengan que esperar a la adultez para ser tomados en serio.

Las y los estudiantes están listos para escribir desde sí.
Lo que falta es que la escuela también esté lista para leerlos.

Estas son algunas cifras clave del estudio:

  • La mayoría de estudiantes en ambas escuelas se ubica en nivel “en desarrollo”.

  • Hay producción original incluso en textos con ortografía mínima.

  • Se identificaron patrones narrativos ricos, con uso de metáforas, tiempos verbales complejos y diversidad léxica.

  • Las diferencias entre escuela pública y privada no son tan marcadas como suele creerse.

Entonces, ¿qué nos dice esto?

Que evaluar sin mirar la subjetividad es perder la mitad del aprendizaje.
Que enseñar a escribir sin abrir espacio a la emoción es mutilar la palabra.
Y que todo estudiante tiene algo que contar, aunque no cumpla con todos los criterios técnicos.

La narrativa es una forma de resistencia. Una manera de existir cuando el sistema exige silencios.

No basta con enseñar a usar signos de puntuación.
Hay que enseñar a usarlos para decir lo que arde.

Este artículo no es un elogio ingenuo de la escritura creativa. Es una alerta amorosa: si no damos espacio a la voz propia en la escuela, el pensamiento divergente se marchita antes de nacer.

La solución no es más reglas, más rúbricas ni más exámenes.
La solución es reconocer que cada texto —por torpe o fragmentado que parezca— puede ser la única manera que una niña o un niño tiene para decir: yo estoy aquí.

¿Y si enseñamos como si cada palabra fuera también una forma de sanar?
¿Y si escribir fuera lo contrario de obedecer?

Este estudio no pide reformar todo el currículo mañana.
Solo pide algo más radical: volver a leer con asombro.

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