Fracasar está bien
Por Pedro Chavira
La vida tiene una manera cruel de recordarnos que no importa cuán fuerte seas, cuán invencible parezcas, siempre hay algo que puede derrotarte. Es posible llegar al punto más alto, alcanzar el éxito, sentir que has superado todos los obstáculos, y aún así, un solo fracaso puede derrumbarlo todo. El golpe de la derrota, a veces, no llega con un grito de derrota, sino con el silencio profundo que deja la pérdida. Ese tipo de fracaso que te saca del juego, que te hace dudar de todo lo que alguna vez creíste, que hace que te replantees tus ideales y tu manera de ver el mundo. La vida te enseña, a la fuerza, que incluso los más fuertes pueden caer, que el dolor puede ser más grande de lo que jamás imaginaste.
Y cuando caes, el mundo parece volverse irreconocible. El sufrimiento se extiende como una sombra que te persigue y, poco a poco, todo lo que has conocido y amado se desvanece en la oscuridad. En esos momentos, la tentación de rendirse es tan fuerte que el abismo parece el único refugio posible. ¿Para qué levantarse, si todo lo que tienes es una herida profunda, una pérdida irreversible?
Pero esa es la gran mentira que el fracaso quiere hacerte creer. El dolor, por más grande que sea, no es un final, aunque en el momento lo parezca. Al principio, el fracaso puede parecer una condena sin salida. Puede que sientas que todo lo que has construido se ha desplomado, que la oscuridad te ha tragado. Pero lo que no ves en esos momentos es que la vida, al golpearte con la fuerza de un fracaso, también te ofrece la oportunidad de transformarte.
Es difícil ver la salida cuando te encuentras atrapado en la niebla de la desesperanza, pero incluso el fracaso más doloroso puede ser la chispa que te encienda. La clave está en cómo decides enfrentarlo. La verdadera batalla no es contra los demás ni contra el mundo; es contra ti mismo. El fracaso tiene un poder destructivo, sí, pero también tiene un poder redentor. Si te permites tocar el fondo, sin perder tu humanidad, sin renunciar a lo que eres, descubrirás una fuerza nueva dentro de ti.
A veces, es necesario atravesar la oscuridad para poder entender la luz. El fracaso no tiene por qué ser un verdugo; puede ser un maestro. Si aprendes a aceptar que las caídas son parte del proceso, que el dolor tiene algo que enseñarte, puedes construir algo más sólido y fuerte que antes. Puedes usar la oscuridad para forjar tu carácter, para ser más sabio, para aprender a levantarte una vez más, pero de una manera diferente, más madura, más consciente.
Recuerda que aquellos que se levantan después de cada caída, que enfrentan la adversidad con dignidad, son los que realmente tienen la oportunidad de crecer. La gente que se permite fracasar y, al mismo tiempo, aprender de esa experiencia, es la que finalmente llega a ser más fuerte. El fracaso no tiene por qué destruirte. Puede doler, puede marcarte, pero no te define. Solo tú decides qué hacer con él: puedes dejar que te consuma o puedes convertirlo en el impulso que te lleve a nuevas alturas.
Aquel que se permite aprender del fracaso, que no se deja atrapar por la oscuridad, tiene en sus manos el poder de reinventarse, de redescubrir su fuerza y de avanzar, no como una víctima, sino como alguien más sabio y más fuerte. Y esa es la verdadera victoria: la de seguir adelante, a pesar de las caídas, a pesar de las pérdidas. Porque en cada fracaso hay una semilla que, si la cultivas, puede dar lugar a una nueva forma de ser. El fracaso no es el final, es solo un paso hacia algo mejor.