El amor duele
Por Pedro Chavira
El amor, esa palabra tan dorada, esa promesa en la que todos nos aferramos como si fuera lo único que nos mantiene vivos. La buscamos en todas las esquinas, la anhelamos como si fuera una necesidad vital. Nos hablan de su belleza, de lo sublime que es amar y ser amado, y nos convencen de que el amor es la respuesta a todo. Pero nadie habla del otro lado. Nadie nos dice que, a veces, el amor es un infierno disfrazado de cielo. Que detrás de esas palabras dulces, hay días de ira, de gritos lanzados sin control, de malentendidos que hieren más que cualquier puñal.
El amor es la sensación más hermosa, sí, pero es también la que más duele. Porque al final, siempre llega el momento en que todo se derrumba. Ya sea una infidelidad, una mentira, una muerte que nos arranca de raíz, o simplemente una pelea que nos consume. En cada rincón de una relación, en cada abrazo, se esconde la semilla del dolor. La semilla de un “ya no puedo más”, de una mirada que no sabe cómo sanar, de un adiós que llega sin previo aviso. Y aún así, seguimos eligiendo amar.
¿Cómo explicarlo? Porque es así, porque pese a todo, no podemos evitarlo. Aunque sabemos que al final, el amor se lleva consigo partes de nosotros, aún decidimos abrazarlo. Es como una necesidad tan profunda, que no podemos dejar de buscarlo. En los días malos, en los peores, en los momentos donde sentimos que todo se nos escapa de las manos, seguimos amando. Y en esos momentos, el amor nos recuerda por qué valió la pena. Nos da la fuerza para levantarnos, aunque estemos rotos. Nos hace ver que en medio del caos, hay algo más grande que el sufrimiento: la conexión humana.
Y es ahí donde reside su belleza. En ese instante fugaz donde el amor se convierte en nuestra razón para seguir adelante, incluso cuando las lágrimas empañan nuestra visión. Porque, sí, el amor duele. Nos destruye, nos pone al límite, nos lleva al borde del abismo. Pero también nos enseña. Nos enseña a ser más humanos, a reconocer nuestras vulnerabilidades y, sobre todo, nos enseña que el propósito de vivir no es sólo existir, sino compartir lo que somos, aunque ese compartir nos duela a veces.
El amor, con sus heridas, es lo que nos recuerda que no estamos solos. Nos enseña que no importa cuán oscura sea la tormenta, siempre habrá alguien junto a nosotros, caminando al mismo paso, en silencio, pero con la promesa de estar ahí, de seguir el camino juntos, a pesar de todo.
Y al final, aunque el dolor sea inevitable, el amor sigue siendo el motor de nuestras vidas. Es la chispa que nos mantiene despiertos, la razón por la que continuamos, incluso cuando parece que todo lo demás se derrumba. El amor duele, sí. Pero sin él, no habría razón para existir. Y si en este momento sientes que te consumes por un amor que te quema, recuerda: en ese dolor también hay vida. Y en ese amor, hay siempre una esperanza, una razón para seguir adelante.
Porque el amor duele, pero es lo único que nos permite seguir siendo completos, humanos y, al final, felices.