El humor como refugio en tiempos difíciles

Por: Carla Huidobro

Es curioso cómo las personas que más nos hacen reír suelen haber crecido en entornos donde la risa era lo menos frecuente. Hay algo profundamente humano en esa paradoja, como si el humor fuera un refugio que se construye cuando no hay otra manera de sobrellevar lo que pasa a tu alrededor. No nace de la alegría, sino de la necesidad; no es solo un talento, es una forma de supervivencia.

    En muchas familias, el humor se convierte en el puente que une lo que de otro modo sería irreparable. El niño aprende rápido: si puedo hacerlos reír, puedo desviar la atención, aliviar la tensión, crear un respiro en medio del caos. Es una dinámica tan instintiva que no necesita explicarse. A veces ni siquiera se reconoce. El chiste, la broma, el comentario ingenioso son herramientas para transformar la incomodidad en algo manejable, aunque sea solo por un momento.

    Pero también hay familias donde el humor es mucho más que un mecanismo para sobrellevar la vida; es una estrategia para equilibrar emociones que no son tuyas. Los niños absorben el ambiente que los rodea, sienten las tristezas no dichas, los silencios pesados, las miradas que cargan más de lo que cualquier palabra podría expresar. El humor aparece ahí como una respuesta automática: si puedo cambiar el tono de esta conversación, si puedo arrancar una sonrisa, tal vez esto sea menos duro.

    Lo más fascinante —y a la vez, lo más triste— es que muchas veces el humorista de la familia no se da cuenta de que está desempeñando un papel. El ingenio se vuelve parte de su identidad, pero pocas veces se detiene a cuestionar de dónde viene esa necesidad de ser el alivio para los demás. Y así, lo que en algún momento fue una estrategia para sobrevivir, se convierte en una forma de vida, un mecanismo que se activa incluso cuando ya no es necesario.

    No siempre es fácil romper con esas dinámicas, especialmente cuando te han definido por tanto tiempo. Pero llega un punto en que la persona tiene que preguntarse: ¿qué queda de mí más allá de la risa que ofrezco? Porque aunque el humor tiene una belleza innegable, no puede ser lo único que te sostenga. Ser gracioso, ser ingenioso, ser “el que aligera el ambiente” no debería ser una carga, ni un papel que te aleje de tus propias emociones.

    Es necesario aprender que está bien no ser gracioso todo el tiempo, que está bien detenerse, sentir y dejar que otros sean quienes alivien el peso. Porque aunque el humor puede ser un refugio, no debería ser una prisión. Y entender eso es un acto de liberación. Es, en muchos sentidos, el primer paso para construir un espacio donde la risa no sea solo una manera de sobrevivir, sino un reflejo genuino de lo que eres, de lo que sientes, de lo que, finalmente, te hace libre.

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