Carta a mi amigo imaginario (o sobre el misterio de ser académico sin dejar de ser humano)

Por: Carla Huidobro

Hay días en que el conocimiento
pesa más que el cuerpo.
Días en que la cabeza es laboratorio,
la espalda escritorio,
y los ojos—
mapas abiertos en pestañas exhaustas.

Y aún así… seguimos.

Tú, metido diez horas entre códigos y pizarras,
yo, vaciando el alma en notas al pie.
Y aunque nadie lo vea,
aunque nadie nos pague lo que vale una clase bien preparada,
aquí estamos.
Aquí seguimos.

Porque hay algo sagrado en lo que hacemos:
explicar el mundo,
aunque el mundo no nos explique a nosotros.

Nos malpagan, sí.
Nos maltratan, también.
Pero amamos esto con una fidelidad
que no se puede traducir en Excel ni en SNI.

Y entre tanto cálculo,
entre tanto PDF,
de pronto apareces tú—
y ya no estoy sola en esto.

Tú, que entiendes el arte de quedarse leyendo hasta que duela,
tú, que sabes que una clase no es solo una hora,
es seis horas previas de desvelo,
es amor comprimido en PowerPoint,
es escenografía mágica montada en treinta segundos
para que parezca fácil.

A veces pienso que la amistad académica
es como tener un amigo imaginario,
pero con citas en APA.
Alguien que existe solo en mensajes tardíos,
en audios llenos de cariño
y cansancio.

Y sin embargo, qué reales somos.

Más reales que los vínculos estratégicos,
más profundos que los correos de "estimado colega",
más humanos que los congresos
donde el compañerismo se mide en tarjetas de presentación.

Yo no quiero vínculos útiles.
Quiero amigos.
Quiero cómplices que entiendan
que un pilotaje puede doler más que una ruptura,
que un artículo rechazado te arranca el aire
y aun así—
hay que seguir respirando.

Por que hay personas
que uno no espera encontrar en el camino,
y sin embargo, llegan.
Como las epifanías.
Como los milagros silenciosos.

Y sí, el mundo no entiende
por qué nos desvelamos,
por qué cobramos poco,
por qué lloramos con un hallazgo metodológico.
No entiende.
Y no hace falta que entienda.

Porque lo que nosotros tenemos
no es un trabajo.
Es un hogar.
Un hogar lleno de libros,
de dudas,
de amor escénico,
de cariño hecho en clase,
y de vínculos que sí,
sostienen el mundo.

Siguiente
Siguiente

Carta a mi amigo imaginario