Por: Carla Huidobro

      No supe cómo quedarme. No supe cómo sostener lo que sentía sin que me rompiera por dentro. Así que me fui. Me alejé, no porque no me importaras, sino porque no supe qué hacer con todo lo que llevaba en el pecho. Hay dolores que se enredan en uno, que se hacen tan grandes que no dejan espacio para respirar, y el mío no cabía ya en ese lugar que compartíamos.

      Intenté entenderte. Intenté justificarte. Quise encontrar en tus palabras algo que me diera un poco de paz, pero solo encontré más preguntas, más silencios, más peso. No supe cómo perdonarte, y al darme cuenta de eso, tampoco supe cómo perdonarme a mí por no poder hacerlo.

      Irme no fue una decisión fácil. Fue una herida abierta. Una ruptura que llevo conmigo cada día, que no sé cómo cerrar. Pero quedarme significaba seguir cargando algo que me hundía, seguir atrapado en un lugar donde el amor no era suficiente para sanar lo que dolía. Y dolía tanto.

      Hay un espacio dentro de mí donde guardo lo que no pude decirte, lo que no supe expresar antes de irme. Es un espacio lleno de palabras que no pronuncié, de abrazos que nunca di, de miradas que no supe sostener. No sé si alguna vez encontraré las palabras, si llegará un día en que este nudo se deshaga y pueda volver a mirarte sin que todo vuelva a doler.

      Pero quiero que sepas, aunque nunca te lo diga, que mi partida no fue una despedida. Fue una pausa, un intento torpe de salvarme, de encontrar algo de luz en medio de la oscuridad que sentía. Tal vez algún día sabré cómo volver, cómo sentarme frente a ti y decirte todo lo que ahora no puedo. Tal vez ese día nunca llegue. Pero incluso desde la distancia, llevo contigo todo lo que fui y todo lo que aún no sé cómo ser.

Anterior
Anterior

Máscaras del ser